martes, 19 de mayo de 2009

MANZANILLA INTENSA

Como escribir en este blog es hacerlo de abajo arriba, al revés de la forma nuestra occidental de hacerlo, de arriba abajo, entro en este momento interviniendo en esto que escribí ayer, o anteayer, o quizá mucho antes. Me interesa charlar con vos acerca de este género que tiene la forma de lo testimonial, pero es un recorte que sólo para mí tiene validez, y digamos que eso, relativamente. Las Memorias son un género de absoluta ficción. Uno ubica en tiempo y espacio, pero sólo presenta un recorte, tal como estas fotos: podrían haber sido muy otras, pero son las que son porque en el momento de disparar la foto fue ese el encuadre y no otro que, por ahí, hubiera abarcado otras cosas, otra gente, otros lugares. Todo es relativo, estoy tratando de decirte. Es un recorte de un continuo que ya pasó, y sin embargo los lugares permanecen más que la imagen de uno mismo. Ni qué decirte que los lugares de la naturaleza. Allí sí que pareciera que el tiempo no importa, salvo que hayan hecho una represa o construido una casa y tendido un alambrado. Borges decía de Guiraldes, en relación al Don Segundo: "Él no veía los alambrados", cuando termina el relato con ese espectacular "...y se fue como quien se desangra"...Me pienso cuando yo volaba en esas perchas voladoras, y qué lejana que estoy de ello... Sin embargo la construcción interna de mí en relación a ello me propone una niña de 8 o 10 o 12 años, inquieta y melancólica (pareciera que estas dos actividades no concordaran, pero era así, te lo aseguro y por otra parte me pienso como en esa edad). No sé si te parecerá monótono que siga con la plaza y con el Carcarañá hasta agotar las fotos. Para mí es como tirar de un hilo y que lentamente se vaya desovillando la madeja. Ves el micro, esa plaza, precisamente, es a la que da el Club. Ya te lo dije, pensá que el blog está creciendo al revés de la historia, de manera que leerás el pasado de lo que te estoy contando un poco más abajo. Bueno. En esta plaza había otra fuente, más grande, menos artística no obstante había una escultura en yeso de tipo griego, no recuerdo si era la Venus de Milo o su prima hermana. Siempre profanada, debían entrar al agua quienes le sacaran un pedazo. En fin... Por otra parte había un grupo escultórico de yeso, casi tamaño natural, de unos ciervos, ya sin orejas. O gacelas. Porque no tenían cuernos. Sinó hubieran sido motivo extra para ser intervenidos por manos ágiles. Esta plaza tuvo o tiene una gran jaula que en mi niñez fue la jaula de los monos, también maltratados por "chistosos". Sí eran lindos los juegos, era la plaza de los juegos, eran de metal, hamacas, una especie de calesita voladora que te agarrabas y girabas volando, lo que todavía recuerdo con este oído casi absoluto que tengo era el tañido de los metales chocando entre sí. En esa especie de molinete uno mismo se impulsaba, corrías un poco agarrado de una especie de trapecio, y luego ibas remontando vuelo. Otro de los juegos era una de esas trepadoras sin gracia, como una escalera de metal horizontal a la que había que trepar. Todo gris, frío, recuerdo estos juegos con un cielo nublado, este último pensándolo hoy me remite a un dibujo de Escher.



La plaza de Casilda, que en realidad son 4 plazas juntas (imaginate cuatro manzanas frescas, verdes, cada una circundada por antiguos árboles y cada manzana con su naturaleza particular). Una especie de remanso verde en un pueblo de edificación baja y no tantos árboles en las calles.
Frente a una de esas plazas y en lo que sería la calle principal, la Buenos Aires, la iglesia antigua y de inspiración románica, que como feligresa frecuenté hasta los 11 o los 12 años, cuando me dí cuenta de que era muy complicado estar en Estado de Gracia, y que eso era una especie de condena. De manera que para no darme más manija dejé de ir a la iglesia. Se darán cuenta a esta altura de la conversación que mis padres eran poco asiduos a la iglesia, sin embargo respetaban sus rituales posiblemente porque mi abuelita sí que era creyente. Y por supuesto la tía Clarita y la que era más religiosa y que había sido capitosta de la familia, la tía María, hermana del Nono, a quien la conocí ya de vieja y de la que yo percibía ya entonces que con la Nona se habían repartido las preferencias: a la Nona le apasionaba mi hermano, y yo era la preferida de la tía María. Pero eso no era exactamente lo que yo deseaba, ya que a mí me gustaba mucho más la Nona. Me intimidaba la tía María con su vestido oscuro largo y sus santos y su habitación misteriosa perpetuamente cerrada. Habían existido otros hermanos de mi abuelo que yo no conocí, cuando aún el Café Central Canoso Hnos funcionaba a pleno: el tío Cayetano que, como la tía María, murió soltero, y la tía Rosa, que desde que tuve uso de razón era una viejita fuera de este cuadro familiar, ya que se había casado y a su vez fundado su familia, cuyas nietas, aparte de ser primas mías segundas, eran mis amigas. Debo decir aquí, como lo diré seguramente en otros momentos, que mi bisabuelo vino desde un pueblito cerca de Verona con su mujer y los hijos chicos. Este bisabuelo Canoso, que creo que se llamaba Giovanni Battista, era ebanista y fue quien labró o talló las perdurables puertas de madera de la iglesia. Ese viaje a Casilda lo hicimos con tres de mis hijos manejando el mayor. El otro día hablábamos de este viaje, y de que, de pronto, me había dormido en el trayecto, y que cuando desperté no podía creer en qué breve tiempo habíamos recorrido la distancia, que no era poca. Fue en invierno y ya francamente no me acuerdo para qué habíamos ido, seguramente a visitar a la tía Clarita. Estas fotos son testigo de que esa tarde desde Casilda remontamos ese camino que yo había transitado tantas veces con mi madre y con mi hermano y que, de a poco, fue generando esos poemas del Carcaraña que también andan por este blog. Son fotos hermosas, tomadas en la década del 80 por mi querido hijo mayor, fotos que reflejan el alma de lo que significa ese paisaje para mí, paisaje que está repartido en toda mi obra escrita y también en la que imagino que algún día voy a seguir escribiendo. Como dije, hicimos este viaje los tres chicos y yo: los dos mayores y Ernesto, el pequeñin, entonces, que anda también por estas páginas con su violin en alguna de las fotos.
Volví varias veces a Casilda, pero algunas de ellas muy fugazmente y yendo con Dinorah a visitar a la tía, que cada vez estaba más viejita y sumida en la irrealidad. La tía Clarita había sido también maestra, muy querida por sus alumnos, excéntrica en su forma de encarar la vida. Ella había trazado una línea entre los casados y los solteros, y se consideraba como que no había tenido suerte, porque pretendientes no le habían faltado. Por lo tanto protestaba de la vida en forma de algo así como la inacción.
Debo decir que Dinorah era una de las nietas de la tía Rosa. Me llevaba unos cuantos años y fuimos muy amigas cuando ya éramos grandes. Dinorah fue como una estrella para quienes la conocimos, y ahora debe estar brillando por allá arriba. Había engordado, pero era hermosa, con la cara parecida a la de Esther Williams en su mejor momento.

1 comentario:

Leticia Chopi Sofiro dijo...

Marily, me sucede algo lindo al leerte.
Parece que camino al lado de tus textos, una caminata en paralelo desde la primera palabra hasta la última. Voy a realizar un dibujo de la secuencia que experimento al leer tus entradas de recuerdos, imaginate una persona que baja por cada renglón...
un beso
gracias