
Clarita ya no nos reconocía mayormente, pero con ella nos sentábamos en el patio para escuchar algún cassette de tango o comer alfajores. Esas visitas a Casilda casi no fueron registradas por nadie, porque a esas horas pocos ocupaban su silla en algún bar o directamente nadie transitaba por la calle. Ya a los jóvenes de los autos o de las pick ups no los conocía; Dinorah sí, porque ella había sido Regente de la Normal durante largos años y no dejaba de ir para los aniversarios y todas esas actividades donde la gente se actualiza.
Mis viajes a Casilda fueron como los de una espía furtiva. Cada viaje comprobaba que cada uno de los mojones referentes de ese mundo que había sido el mío iban desapareciendo en favor de un progreso que para mí significaba mi mundo en retirada. Quizá esa sea la razón de este blog, recuperar el mundo perdido y fijarlo en un espacio atemporal. La literatura empieza allí donde está la falta, o lo perdido, aquí puedo yo fijar el comienzo de un mundo absolutamente subjetivo y posiblemente de ficción. Mi mundo, ese que me constituye y que, gracias a la escritura, puedo participarlo a otros que lo leerán quizá con un gesto de incredulidad. Cuando el asfalto progresó hacia esas calles que anteriormente habían sido de tierra, fue un beneficio indudable para quienes vivían en esas zonas. Pero borró de un plumazo esos zanjones de la manzanilla intensa, cuestión que me hizo sentir profundamente que mi lugar en el mundo estaba donde estaban mis afectos, que a partir de entonces mi reconstrucción del mundo perdido sería a través de la escritura de ficción, o de esta especie de Memorias con fotografías que milagrosamente ponen en primer plano eso de lo que siempre he de seguir hablando.
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