martes, 5 de mayo de 2009

EL COMIENZO DE MI HISTORIA


Esta es la foto de mi bautismo. Por lo tanto aquí me ven en brazos de mi madre. Mi hermano Juan Jorge es ese niñito rubio que mira de manera angelical al frente. Gran parte del elenco de quienes habrán de ser los personajes de mi historia personal figuran en la foto. Mi madrina, la tía Fulvia, que se casó con el tío Frank, escocés él, es la que se acerca pegada a la cara de mamá, y arriba de mi hermano está la tía Clarita. Mi padrino es el tío Enzo, hermano de mamá, que era en ese tiempo muy conocido en el ámbito de los radioescuchas como Enzo Adigó. Está de frente de traje claro y hablando con mi abuelo Benito. Yo no salí muy favorecida, y ya demostraba el que habría de ser de por vida mi carácter libertario, relativamente temperamental y absolutamente laico. Papá seguramente es el que sacó la foto. (Nos tenía horas, hasta que todo el mundo se cansaba de posar, entonces encontraba la toma justa y allí presionaba el disparador. Era una camarita muy linda de las Kodak a fuelle, portátil, papá era muy moderno y siempre estaba al tanto de la última tecnología.) Mientras escribo ésto me estoy tiñendo el pelo, de manera que dejo aquí, por prevención, nomás. Listo, todo bien. Ah, el tío Moi, esposo de la tía Ada, está del lado derecho de la foto, así como la estás mirando. La tía Ada está de perfil entre la tía Clarita y Josefina, prima de papá, a quien llamábamos la tía Pina. Detrás de Josefina, de frente y por el fondo, Rosalía, la madre de mis primas segundas y amigas, que entonces una no había nacido y la Pichi era bebé. Entre el abuelo Benito (el Nono) y mi tío Enzo, asoma Iris, a quien dediqué un poema en otro cuerpo de este Blog. La tía Iris y la tía Clarita usaban lentes. Los usaron desde niñas y a ambas les trajeron idéntico conflicto. Entonces no se tenía la idea de que una mujer de lentes era interesante, de tipo intelectual, como se empezó a caratular allá por los ´60, con toda esa influencia francesa que recibimos a través de la Nouvelle Vague, cuando una llevaba siempre un libro bajo el brazo o en la mano, aunque jamás tuviera la paciencia de leerlo. Eso de tener algo en la mano también era un signo de inseguridad. Sinó fíjense en las viejas películas argentinas de la Lumiton, qué problemas tenían las estrellas de las décadas del 40 o del 50, a quienes, cuando no les quedaba otra, el director las hacía bajar por la escalera suntuosa (que probablemente siempre sería la misma) de traje y guantes largos, y deslizando lentamente su anillada mano por el sinuoso pasamanos. (A los anillos muchas veces se los ponían por fuera del guante). El otro día pasaron Yo quiero ser bataclana, con Niní Marshall. La muerte del cisne, bailado por ella, es lo más grande que se pueda ver en humor filmado de todos los tiempos.

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