sábado, 9 de mayo de 2009
OLGA OROZCO
Esta es la mejor foto que encontré de Olga, la que más se parece a la Olga que conocí, hermosa foto compuesta encuadrándola en misteriosa planta, tan misteriosa como la misma Olga.
Tuve el privilegio de frecuentar su amistad; nunca le pregunté acerca de esa piedra negra que dicen que para invocar la inspiración guardaba en su mano como talismán. Su sentido del humor era desopilante, tomar un té en su casa era una experiencia profunda y divertida.
Cuando se operó la catarata de un ojo, al tiempo la llamé para ver cómo le había ido y con su voz de trueno me contesta: Sabes, ahora veo muy bien, lo que me preocupa es que también veo todas mis arrugas.
Olga hablaba un lenguaje por ella construido, o una especie de español procedente de su costado materno, los Orozco. Ella siempre lo explicó: su apellido paterno era Gugliotta. Y el nombre Olga también era una elección. Cuando la llamabas por teléfono respondía: Aló... tal como lo hacen en Rio de Janeiro.
Me sorprendió su inesperada partida. Muy a su estilo. Pensé entonces, conociendo su obra, que por fin había ingresado al territorio que tanto había ya explorado con su poesía.
Señora tomando sopa
Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario