Veníamos parados en el 180 dando tumbos. Ellas sentadas, cada cual pensando en lo suyo. Hermanas. No hay duda que eran hermanas, muy parecidas ellas. Narices perfectas, ambas de boca bien dibujada, buenas manos. Una, pensé, era una Soñadora; la otra parecía atenta a todo con una actitud como si hubiera sido alguna vez Jefa de División.
Pensé qué hermosas eran: una algo más de 80, a la otra le calculé 83. Seguí bajando la mirada, la Soñadora llevaba zapatos guillermina, los de la Jefa de División eran de charol.
Hablaron poco entre sí. Cuando lo hacían, perdían su condición de Soñadora o de Jefa y se convertían en señoras mayores.
Abstraídas, cada una en lo suyo, volvían a esa forma que transmitía el encanto.
Antes de que nos bajáramos la Soñadora se miró 3 veces en el espejito de la cartera, como tratando de descubrir quizá lo que yo había percibido. La Jefa de División, por hacer algo, siguió atenta a un perrito que retozaba en la vereda.
domingo, 24 de mayo de 2009
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