miércoles, 29 de abril de 2009

LIDIA BALBI, CULTIVADORA DE ORQUIDEAS.


Hace doce o quince años, comenzó mi amor por las orquídeas. Desde entonces, las he cultivado, estudiando sus hábitos y necesidades, siendo miembro de diversas sociedades sobre el tema. En la actualidad tengo una gran cantidad de estas plantas y mi colección de plantas nativas argentinas va creciendo lentamente. Trasplantadas al clima de Buenos Aires, desde los más diferentes lugares del país, mis orquídeas florecen mes a mes. Me aceptan y premian mis esfuerzos con su color y su aroma.
Lidia Balbi

Puse los claveles en agua.
“Es la chocolatera de cuando era chiquita”, le dije.
“Tenés linda la casa”, me dijo.
Yo le contesté que me apasionaban las maderas y que todos estos muebles habían sido de las viejas casas de mis tías, y el piano. Le mostré mi última creación, un enanito de jardín abrazado a un sapo, que pinté para mis nietos.
Yo había llamado a Lidia para que me contara algo de su pasión por las orquídeas. Bien digo: Pasión. Luego ella hubo de corregirme y dijo:
“Es una a-dic-ción”.
“Y entonces, Lidia, cómo es eso de tu adicción a las orquídeas, ¿empezaste de a poco o con varias plantas juntas?”, le pregunté.
Me dijo que había empezado con una planta, y que una planta te lleva a la otra, y que además se había armado una buena bibliografía.
“¿Y cómo es eso de conseguir las otras plantas?”
“ Por lo general en las reuniones con colegas. Hace poco uno me dio una planta con dos pimpollos. (No recuerdo la palabra técnica, la versión que estoy dando es lo que quedó registrado en mi oreja). Uno se cayó el primer día; el segundo, al día siguiente. Le dije que me había mandado una planta enferma. Claro, él no sabía que yo era la señora Lidia de Versalles. Cuando lo supo, la cosa cambió. El a mí ya me conocía, y me la cambió por otra. Esta sí que estuvo bien”.
“¿Te la había regalado?
“¡Nooo!, se la compré”, como a trecientos cincuenta.
Luego habló de que la adicción a las orquídeas es como a cualquier otra droga.
“Imaginate. Lo que me fascina es el aroma. Esta nueva planta que este hombre me repuso tenía una fragancia extraordinaria. Porque las orquídeas tienen aroma. Eso es lo más cautivante”.
“¿Algo así como una droga hipnótica?”
“Quizá”, me respondió Lidia.
Al final y no sé por qué razón me habló de un cactus que le dio una flor maravillosa, enorme, flor de un día.
“¿Qué? ¿Se mueren en un día?”
“Así como te lo digo. Si la polinizás con otra que esté cerca lográs una planta con un fruto así de grande que tiene propiedades curativas: te hace bajar la glucemia. Pero no pude hacerlo, quizá el año que viene.
Otro tema del que hablamos fue:
“Las orquídeas son como mis hijas”
(Ésto lo estoy agregando esta mañana, mientras tomo mi enorme café cortado apenas con leche. Pero sigo con el relato anterior).

Son las 2:30 de la mañana, no quiero terminar por olvidarme de esta conversación que a mi entender tuvo dos momentos de registro para mí extraordinarios:
Uno de ellos, las orquídeas. El otro, surgió como uno de esos temas que por lo general se presentan por azar y dominan parte de la escena.
Hablamos de la posibilidad de definir este tema de las MINAS SABIAS. SABIAS, le dije, por los SABERES que una mujer que ha vivido una buena cantidad de años va acumulando.
“Vos sabés de orquídeas. Tenés un gran saber que es interesante que podés compartir o que yo pueda dar a conocer con esta nota. Otra puede tener un SABER relacionado con la cocina:
“Por ejemplo”, dije “yo hago un locro espectacular, una vez al año, a lo sumo 2. En olla de fierro.”
“Bueno”, dice Lidia, “yo soy experta en Strudel. Por supuesto que ahora compro hecha la masa, pero cuando la hacía, nadie me ganaba”.
“Te voy a contar”, agregó.
“Una vez hace años con una amiga fuimos bien al Sur, fuimos a ver a Otto, en el cerro, creo que el cerro Otto se llama así por él. Era un andinista famoso, tenía cabañas. Lo hinchamos tanto que al fin nos permitió alojarnos en una de ellas, en la más grande. Hermosa. Una cabaña hecha de troncos, como las de los cuentos. Allí estuvimos como 3 meses, vieras cuando esa hondonada se llenó de margaritas.
Un día le dije: Bueno, Otto, tengo que pagarte este favor que nos hiciste de prestarnos la cabaña, te voy a hacer un Strudel. Me miró incrédulo, quién puede vanagloriarse de su Strudel ante Otto, te imaginarás los ricos Strudels que el hombre, alemán, pudo haber comido en su vida. Le gustó. Le vi en los ojitos que le había gustado. Era un hombre de unos 75 años entonces, creo que me prefería. Yo ya entonces me había recibido de psicóloga.”

Lidia traía una carpeta con cuentos que tiene para editar. Me leyó 3, le ponderé fervientemente uno. Le di consejos para no caer en la avaricia de los editores, que además de cobrarte la edición te hacen la presentación con tus propios invitados y termina resultando que el negocio de la venta en ese acto al que vos llevás tu gente lo redondea el editor, vendiendo los libros al 50 y 50, cuando si lo hacés en Luz del Porvenir, por ejemplo, recuperás seguramente parte de tu inversión. Hablamos del precio de tapa y yo coincido con Eduardo.
Después seguimos hablando de la gripe porcina, salimos a tomar un taxi y en una farmacia grande de Rivadavia buscamos mascarillas, que parece ser que ya están desaparecidas del mercado. Yo me compré mi tintura. Cerrando la puerta del taxi, la despedí.
Lidia tiene muchas características de sabia, lo disfraza exigiendo un racionalismo que a veces no es compatible con el acto creador. Seguimos esta tenida con emails yendo y viniendo.
Yo lamenté no haber podido rescatar la vehemencia en cada una de las palabras de Lidia, que en su forma de escribir es tan correcta. Pero este relato de estas dos partes esenciales de nuestra conversación estuvo tan, pero tan cargado de pasión por hacer con ese conocimiento tan refinado, que de veras lamenté no haberlo registrado con grabador. Son las 3:02 a.m. y aquí planto esta crónica porque ya por fin me está viniendo el sueño.
MLC.


Querida Marily:
Quiero agregar a la entrevista algo muy importante que sucedió meses después de que comenzara mi colección:
Mi pasión-adicción por las orquídeas comenzó cuando recién expatriada en USA comencé a cultivarlas, fui a clases para aprender ese arte de darles los cuidados que merecen, leí toda la bibliografía de que disponía, aprendí sus nombres, etc, etc. Un día hablando con mi hermana por teléfono ella me dijo:"tengo algo que contarte". "Yo también", le dije y como siempre hacíamos las dos, al unísono, nos dijimos nuestras novedades.
Las dos estábamos cultivando orquídeas, hacía aproximadamente el mismo tiempo.Yo en el hemisferio norte y ella en el sur, en Bs. As. Sin ninguna saber de la afición de la otra hasta ese momento.
Cuando regresé a este país, luego de varios años, mi hermana había muerto y mis orquídeas tuvieron que quedarse en USA. Era imposible hacer el traslado por razones aduaneras. Al dejarlas sentí que una parte de mí se quedaba en ese país. Y me resigné, prometiéndome no volver a cultivar estas plantas.
A los pocos meses de mi vuelta, mi cuñado me llama y me dice: "Las orquídeas de tu hermana se me están muriendo, llevátelas y salvalas"
Y así otra vez comencé a cultivar orquídeas, sintiendo sobre mis espaldas el peso de la responsabilidad de mantenerlas con vida. Salvé las que pude y de a poco aumenté la colección. Las orquídeas salvadas me regalan con floraciones fuera de lo común. Dignas de ser expuestas en las competiciones de las sociedades de orquidistas. ¿Tenés alguna explicación para todo lo que te cuento? Es absolutamente cierto.
Un abrazo,
Lidia

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