sábado, 11 de abril de 2009

MARIKENA RAPP, aspirante sin edad para ser MINA SABIA

El probador

Comparada con el empleado que le acerca un camisón de seda, ella se siente varón con sus gestos comunes en el espejo, no encuentra dónde colgar la cartera, se choca los codos en el pequeño cubo para despegarse el jean, ahora derrumbado en el piso y tragando la pelusa del rincón. Demasiado flaca, recuerda la burla del gemelo cuando tenían catorce, parece un pibe, una tabla, se quejaba por ella el hermano, dónde estaban sus curvas, quién se las había comido.
Te queda divino, la mano mimosa le toma una pinza en la espalda, la cabeza barbuda se asoma por su hombro y repite divino, el color es soñado, la otra mano se desliza por la seda en la cintura, sube hasta la axila y vuelve a bajar por las uvas del pecho imperceptible. Ella se pone de agujas en la nuca, la piel del erizo desde el pelo a los talones ¿Te parece que me queda bien? al fin le sale por la boca, no quiere que la deje sola, que no se vaya la mujer allí encerrada en ese cuerpo. Te queda divino él repite y la acaricia de nuevo
le prueba las formas que el espejo no le da.


Mucho, poquito, nada

Desayuno con audífono. Desayuno en un bar todo soleado y lleno de Potus colgantes. Espero a mi amante en una mesa vecina a otra en la que se lamenta una vieja. Tiene el pelo raído y aceitoso. Atormenta a un hombre que puede ser su hermano o quizá un hijo prematuro, al que se le gastó lo prematuro y le quedó el tiempo, a secas y arrugado en la frente. Ella tiene un acento extranjero, de esos que no quieren regresar a la patria de origen y dejar que la lengua nueva pueda moverse blandita en la boca, sin el acicate del tilde alemán o polaco que tanta carcajada le arranca al oyente. “Ella no erra más mi hija, antes lo fue”, “si no me quierren me lo dicen” y el hombre no digas eso Margarita y ella no te oigo, y entonces el hijo o el hermano se levanta y se cambia los lentes para ver de cerca la oreja de la Margarita, donde cuelga un gusano de plástico beige, y la toca con una delicadeza, un cuidado en el gesto que se admira desde esta mesa. A ver cómo es esto, ¿me oyes? Ella no erra mi hija, antes era... Así está prendido ¿me oyes? No funciona el aparrato ¿El botón para aquí o para allá?, ¿me oyes? Ahora te oigo. Y le acomoda el cabello con una ternura de novela y vuelta a cambiar los anteojos y a soportarle el semblante y la queja, que se disuelve en el silencio del mundo.
Soleado, el día. Mi amante no viene. Mejor.

1 comentario:

Marily Canoso dijo...

Marikena sos genial para los relatos brevísimos. Toda una enseñanza.