martes, 14 de abril de 2009

Otro de Marikena Rapp

New Age


Lunes, cerca del mediodía, en el subterráneo. Los ancianos comenzaron a ceder el asiento a los jóvenes, luego de percibir en ellos el hastío que traían sujeto a los talones y que demoró la marcha de la formación de vagones, al quedar un extremo (la cola delgada de un hastío violeta) atrapado entre las puertas automáticas. Todos los pasajeros (entre los cuales estaba yo, colgado del pasamanos y con los zapatos de ahorcado en el aire) casi todos volteamos para ver qué pasaba al escuchar el chillido animal que arrojó el hastío, medio amordazado en la violencia de las puertas, que afortunadamente volvieron a abrirse en seguida, gracias a la conducta intachable, a la presión eficaz sobre el botón abre puertas del guardián del vagón. Es conocida la sensibilidad que caracteriza a los guardianes, asediados por el tedio de la tarea, pero se ignoraba el esfuerzo de los ancianos y de las viejecitas que viajan con polvo de estrellas seniles en el semblante, su disposición incondicional a entregar el asiento a esos jóvenes ya cansados de su plenitud rozagante, que se arrastran al interior de los trenes, vaciados de alma y de certeza, agobiados por el desorden de un espejo y sujetos al hastío violeta que, una vez obtenido el sitio y enroscado como una serpiente, se acomoda en el regazo adolescente a desovar.

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